De pitidos y líneas editoriales


Varias son las cosas relacionadas con el Polaris que me han molestado últimamente. Bueno, en realidad, una me ha molestado y la otra me ha entristecido.

Lo que me ha entristecido es comprobar los kilates de la afición polarista. Aunque hay un núcleo duro de oro en esa afición, los que no fallan año tras año, en LEB o donde sea, hay otros que se mezclan entre los verdaderos aficionados que no son tan brillantes. La afición es soberana, vale, pero se supone que un aficionado que se precie de serlo, aún teniendo pleno derecho a hacerlo, no le silba a sus jugadores, ni a los mejores ni a los peores, ni siquiera en los peores días de los peores jugadores. La razón es muy sencilla: los jugadores son los que han de sacar el equipo adelante les guste o no. Y los jugadores son personas que hacen una actividad de alta precisión en la que tiene que meter una pelota de 24 cm de diámetro dentro de un aro de 45,7 cm desde cierta distancia y con cinco tiacos que van a hacer lo posible para evitarlo. Un alto nivel de presión o de nervios a la mayoría de los jugadores les hace disminuir su precisión de cara al aro, y eso puede traducirse en consecuencias fatales para los resultados de ese equipo, especialmente cuando éste aún lucha con opciones de lograr sus objetivos.

Por eso, por muy mal que lo haga un jugador, lo último que contribuirá a que mejore su resultado es que la afición le silbe al jugador local, especialmente si ése jugador es, como ocurrió esta semana con Triguero, el jugador más importante del equipo. Y menos aún si además de silbar al mejor jugador del equipo local se aplaude al visitante, especialmente si éste no hace nada del otro mundo que merezca tales aplausos.

Y eso es lo que pasó esta semana en el partido del Polaris contra del DKV Joventut. Puedo entender que una afición que se deja las palmas aplaudiendo a su equipo tenga la elegancia de aplaudir también algo excepcional salido de las manos del rival. Pero ayer el DKV no fue tan excepcional como acostumbra. Concretamente sólo recuerdo tres acciones dignas de aplauso, y una de ellas seguramente pasó desapercibida para todos menos para los que estábamos justo enfrente de donde ocurrió. Me refiero a un gesto técnico que no había visto en mi vida, y que hizo un chico de 17 años. Ricky se fue al suelo persiguiendo un balón y, sabedor de que este año están muy pejigueras los árbitros con los pasos por arrastrar el cuerpo por el suelo, hizo lo único que se podía hacer para salvar ese balón sin recibir la señalización de pasos. Al llegar a la altura de la bola Ricky le dió un golpe seco hacia abajo y levantó de inmediato la mano, de forma que la pelota quedó inmóvil mientras él aún se deslizaba medio metro más por el suelo, para a continuación recoger la pelota y salvar la posesión. Es fácil de decir, pero estoy hablando de una acción saltando a por un balón y arrastrando por el suelo al tiempo. Las otras dos acciones fueron un mate y un triple imposible de Rudy. Pero por lo demás el partido del Joventut no fue de los de enmarcar, aunque sí suficiente para pasarle por encima al Polaris en cuanto pisó el acelerador a tope.

La otra cosa que me resultó ligeramente molesta, aunque tal vez debería decir que la sensación era entre molesta y cómica, es que me dijeran desde el club que en el periódico con el que colaboro, La Opinión de Murcia, tenemos una línea editorial contraria al club. La parte cómica es que dijeran que tenemos línea editorial cuando los que escribimos de baloncesto en ese periódico somos unos cinco o séis individuos que prácticamente no nos vemos ni hablamos entre nosotros. Vamos a ver, no digo que no nos hablemos entre nosotros por estar peleados o algo así, todo lo contrario, sino que la mayoría somos colaboradores y sólamente coincidimos en el partido cada 15 días y luego vamos cada uno a nuestra casa, la mayoría, o a la redacción, los menos, a escribir lo nuestro. Vamos, que no tenemos ocasión de ponernos a pensar demasiado en si tenemos que estar de acuerdo en algo de lo que escribimos, simplemente a los colaboradores nos buscan porque nos interesa el baloncesto y, eso supongo, piensan que algo entendemos de ello, pero no porque tengamos un carné pro-tal o anti-cual. Vamos, como si esto fuera la guerra de intereses político-mediáticos entre El País y El Mundo. De risa.

La parte molesta es que se atrevan a decirnos una sola palabra al respecto de la supuesta línea editorial. No la hay, pero aunque la hubiera quien último puede tener algo que decir ahí es precisamente el club. Los medios no tienen porqué apoyar ni ir contra el club de la región, simplemente contar lo que pasa y, en su caso, opinar libremente, como dice la Constitución Española en su artículo 20. No obstante, pese a todo, es normal que los medios locales se porten bien con el equipo de la región, ya sea por cariño o por lameculismo. En mi caso nadie habrá leído una mala palabra dirigida a algún jugador, más allá de la aséptica descripción periodística de su bajo o muy bajo estado de forma. Más bien al contrario, cuando tengo ocasión para ello soy generoso con el adejtivo hacia los jugadores y su juego. Otra cosa es que cada uno por nuestra cuenta estemos de acuerdo en algo concreto. Eso, más que línea editorial, en todo caso sería una cosa más o menos evidente que cae por su peso.

Ahora, otra cosa son el entrenador y los directivos. Ahí sí que no soy condescendiente. Aunque el entrenador también se puede ver influenciado por la presión y tiene que tomar muchas decisiones, ello nunca es comparable al número de decisiones y nivel de precisión que requiere jugar al baloncesto como jugador. Y bueno, de los directivos, eso sí que es otra historia. A un directivo no sólo no le perjudica la crítica atinada, sino que si ésta es realmente atinada, será un acicate para que enderece el rumbo de sus decisiones equivocadas y termine beneficiando al club. Y en eso sí que me pueden haber leído ataques más o menos duros, pues a los jugadores que saltan a la pista no les afecta en el rendimiento que los periodistas y similares digamos, por ejemplo, que unos señores con corbata están haciendo lo contrario a lo que deberían en la política de entradas y abonos. En cambio, sí que podría ayudar a que los señores dirigentes se bajaran del burro, o salieran del error o la prepotencia (según el caso), cosa que terminaría beneficiando al equipo, que es lo que se supone que tienen que hacer ellos. Pero claro, la tendencia habitual es confundidr el ataque a las decisiones equivocadas de una persona con los ataques al club. No, no es lo mismo.

Bueno, les dejo, que aunque soy colaborador y escribo en mi casa tengo que reunirme ahora con la redacción de deportes para planificar a conciencia los futuros ataques al Polaris, que es con lo que nos ganamos la vida.

Comentarios

Basketcontrol ha dicho que…
Buen repaso en general a una forma de entender las críticas cuando no te interesan. Lo de la línea editorial es de auténtica risa pero viniendo de donde viene tiene fácil explicación, los directivos, por llamarlos de alguna manera del Polaris son meros títeres que se mueven bajo la música que siempre toca el mismo. Además un club que se mueve bajo la sospecha de movimientos extraños, y no sísmicos precisamente, desde su gerencia es comprensible que pasen estas cosas.
La Opinión siempre se caracterizó por ser un fiel aliado al baloncesto, no solo al profesional sino también al de base, aunque eso en ciertos sectores del club, antes y ahora, no ha sentado bien.
Un detalle para terminar que vienen a colación sobre estas cosas.
Es incomprensible que La Opinión tenga un artículo de opinión sobre el baloncesto en manos de Benito Mercader, también llamado el Príncipe de la Energías Renovables, un articulista que ya no es que no tenga formación cestista, que no tiene ninguna, sino que además carece de la más mínima formación y que solo el ser de un partido político lo ha colocado en un puesto de responsabilidad en esta Región.
Saludos y Adelante.

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