La temporada que viene va a entrenar su padre

Parece claro que los padres quieren lo mejor para sus hijos/as (en adelante usaré únicamente el masculino aunque siempre me refiero a ambos sexos). Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Ahora ¿Qué es lo mejor para los hijos?. Al responder a esa pregunta la cosa se complica. Por alguna razón que no termino de comprender hoy en día a un buen número de padres de niños que juegan a baloncesto, afortunadamente la minoría pero una minoría muy ruidosa, se les va un poco la cabeza en lo que respecta a su papel en esa actividad de su hijo. En algunos casos se trata de lo que se ha denominado “padres helicóptero”, que pasan su vida “sobrevolando” por encima de sus hijos pendientes de todo, hasta un punto de hiperpaternidad que les lleva a puentear el trabajo de los maestros, entrenadores, etc. al no confiar en que ese trabajo pueda ser lo suficientemente bueno para su hijo (“para mi hijo sólo vale lo mejor”) y terminar interfiriendo directamente en esa labor (“si el entrenador no lo hace bien tendré que intervenir yo”).

Este es un tema que como entrenador de baloncesto me preocupa mucho, no sólo porque me pueda afectar más o menos directamente en alguna ocasión, sino también desde el punto de vista de un problema real que puede afectar a mucha gente (entrenadores, jugadores y padres). Por eso, y aunque más abajo ampliaré el tema, ya adelanto que en el Curso Internacional de Alto Rendimiento en Baloncesto, del que soy co-director, este año incluiremos una charla titulada “La gestión de padres y otros elementos del entorno del jugador de baloncesto”, a cargo del psicólogo deportivo Francisco Ortín, orientada precisamente a asesorar a los entrenadores en relación a esta temática.

Decía que ese puenteo que realizan algunos padres, y la pérdida de confianza en la capacidad de la persona en cuyas manos se supone que dejan a sus hijos les convierte a veces en “padres entrenadores”, que con apenas ver unos meses de baloncesto se consideran habilitados no sólo para dar instrucciones al hijo desde la banda (“corre”, “tira”, “pasa”, bueno lo de pasar no lo oigo tanto) sino incluso para cuestionar directa y abiertamente el trabajo del entrenador, sea este un chaval que hizo el curso de Nivel I la semana anterior o sea alguien con 20 años de experiencia y un referente en la profesión.

Hablamos normalmente de padres hiperprotectores, que buscan la felicidad absoluta para los hijos, la ausencia de problemas, de incomodidades, frustraciones y, por supuesto, en ningún caso están dispuestos a verles llorar.

No sé mucho de psicología, pero creo que no hay que ser psicólogo para entender una idea básica: los niños lloran por naturaleza. Lloran porque están aprendiendo a convivir con la frustración, con el dolor, la adversidad. Pretender aislar a los niños de la frustración, el dolor, la adversidad y todo tipo de posibles problemas no evita que lloren, simplemente trasladan a otra dimensión el llanto, a cosas cada vez más pueriles, en una escalada que termina con unos padres tiranizados por un niño que amenaza con llorar si no le conceden el más absurdo y nimio capricho. Es imposible que no lloren o se frustren, pero si se les mete en una burbuja para que no sufran frustración alguna vivirán en un mundo irreal, en el que no se les puede alzar la voz por si eso les humilla, no se les puede castigar por si se traumatizan, no se les puede someter a demasiado esfuerzo físico por si se cansan, al frío por si enferman, al calor por si sudan. Eso… eso está claro que no es razonable ¿no?.

Una paternidad de este tipo, incluso siendo minoría en el colectivo de padres de un equipo, es un factor nocivo de cara al buen discurrir del día a día de un equipo, pues condiciona la libertad y tranquilidad a la hora de trabajar del entrenador e incluso puede ir degenerando con el tiempo en un distorsionador grave de la buena convivencia de todos y de la comodidad del entrenador en su quehacer. Si el entrenador termina por convertirse en “el enemigo”, igual que como ya comentamos anteriormente en “La temporada que viene va a pitar su padre” puede serlo también el árbitro de turno, la situación es muy complicada para todos, pero sobre todo para esos niños que tanto se supone que esos padres quieren proteger y buscarles lo mejor. De ese modo, por buscarles lo mejor estarán perjudicando la calidad del trabajo e incluso el buen ánimo del entrenador, lo que irremediablemente repercutirá en su motivación y estado de ánimo y, por tanto, en el bienestar del hijo al que se le buscaba lo mejor.

El caso es que buena parte de estos padres tóxicos en su mayoría son impecables en algunos aspectos relacionados con la implicación y esfuerzo en aras de colaborar y sacar adelante una actividad que necesita grandes dosis de ayuda por su parte para poder realizarse. En muchos casos suelen ser los que más se implican en lo que sea que haya que realizar para ayudar. El problema, lo que los convierte en tóxicos, llega cuando se extralimitan en su labor y pretenden usurpar la de otros, llegando a menospreciar el trabajo del entrenador.

Si no se ataja a tiempo, y la situación deriva en que otros padres se sumen a la inercia de interferir en el trabajo del entrenador, siempre desde la buena fe y la persecución del noble fin de “lo mejor para mi hijo”, podemos derivar hacia un estado en el que esos pequeños e inocentes comentarios al entrenador sean muy dañinos. Al final del texto incluyo unos cuantos ejemplos de ese tipo de comentarios, todos ellos reales, todos ellos insignificantes de forma aislada, pero cuya acumulación, con el tiempo perfectamente pueden terminar degenerando poco menos que en una campaña de acoso al entrenador, que bien podría terminar quemándose y tirar la toalla a la voz de “la temporada que viene va a entrenar su padre”.

Así, algunos padres supuestamente bienintencionados, obsesionados con lograr lo mejor para sus hijos, terminan perjudicándoles de forma muy directa a través de la interacción con el entrenador. Son los menos, y casi siempre llevados por el impulso de búsqueda del mundo ideal para sus hijos.

Los más de los padres son invisibles e impecables, arriman el hombro silenciosamente y cooperan en todos los aspectos necesarios para que todo vaya bien, algo que es importante dejar bien claro en estas líneas.

Es necesario hablar también de la educación que algunos de esos padres dan a los hijos en casa, pues en algunos casos es complicado hacerla coincidir con valores del deporte como el valor del esfuerzo, compañerismo, respeto, compromiso, etc. El deporte ayuda a educar a través de los valores que representa, pero a veces es complicado para el entrenador ayudar a transmitir unos valores que no es que no siempre vengan ya de casa más o menos implantados, sino que a veces éstos son incluso contrarios a los que se intenta transmitir con el deporte. El entrenador puede y debe pulir y potenciar los valores de la educación de los niños, pero no puede hacer él solo un trabajo que no se haga en casa.

Imagínese el lector cuál puede ser el pensamiento del entrenador en un contexto en el que ante un supuesto mal comportamiento en cuestiones extradeportivas de un niño un progenitor aparece al final del entrenamiento y dice durante la conversación y en tono poco amistoso las frases: “mi hijo no miente nunca y él no dice eso que tú le atribuyes”, “mi hijo no ha hecho nada malo”, “yo por mi hijo mato”, entre otras cosas por el estilo. Sí, se ponen los pelos de punta sólo de pensarlo y sí, si llueve sobre mojado no es descabellado que se le pase por la cabeza al entrenador eso de “la próxima temporada va a entrenar su padre”.

Los clubes han de poner de su parte. Ningún club quiere perder jugadores a través de incomodar a los padres de éstos. Hoy ya ocurre que en algunos clubes directa y abiertamente las cuestiones deportivas las deciden los padres, en otros casos no es expreso, pero ocurre el caso de la reunión de los padres para decidir echar al entrenador por cuestiones técnicas puras y, ojo, que la directiva les haga caso y todo. En otros casos son más sutiles pero igual de poderosa la presión del tipo “no me gusta el entrenador y me han ofrecido llevarme a mi hijo al club X”. Tengo claro que los padres son elemento fundamentalísimo para que los clubes salgan adelante, pero si no está claro que la parcela técnica se llama “técnica” por algo vamos mal.

Más complicado aún es el trema del modo como se produce el trato al joven deportista, pues ahí sí que parece imposible que un padre acepte sin peros algo tan relacionado con lo personal y la educación. Muchas veces el problema viene por la intensidad o forma con la que el entrenador de turno corrige o regaña al niño como método de trabajo. Entiendo que los niños son niños, y no jóvenes deportistas profesionales, y no se puede pasar ciertos límites, pero quizá un padre también debería entender que si un niño no acepta una indicación/corrección/castigo para el entrenador no puede ser opción el mirar para otro lado y dejarle hacer lo que le dé la gana al chaval.

Posibles soluciones

Tema complicado, pues lo que pasa en los pabellones no es más que una extensión de lo que está pasando con los maestros y resto de figuras antes conocidas como “de autoridad”, y difícilmente podremos lograr soluciones sólo para nuestro ámbito deportivo si no se soluciona a nivel global, pues es una cuestión básicamente de educación y respeto en general
.
Es fundamental que los padres que están hiperinvolucrados en la práctica deportiva de sus hijos y puedan estar en situaciones cercanas a las aquí comentadas sean capaces de verse reflejados en este texto y se conciencien de que, piensen lo que piensen, un exceso de injerencia por su parte casi seguro que terminará por perjudicar al hijo que tanto quieren.

Los clubes han de tomar cartas en el asunto. Creo que es tan fácil como que a principios de cada temporada haya reuniones en las que se delimite muy claramente el ámbito y límites de cada cual, en la línea:

  • Cuando el niño pasa la puerta del pabellón deja de ser tu hijo y pasa a ser “nuestro” hasta que vuelva a salir.
  • Sólo hay un cuerpo técnico. La parte deportiva atañe a ellos únicamente… y es absolutamente incuestionable.
  • Los padres pueden involucrarse de forma expresa… en labores de intendencia, logística, administración, gestión, etc. Hacen falta muchas manos para sacar un club adelante. Excepcionalmente pueden hacerlo deportivamente, pero de forma expresa, reglada, con formación deportiva expresa y siempre, siempre en un grupo diferente al de su hijo, pues partimos de la casi imposibilidad de un padre para ser objetivo respecto de su hijo, y lo que tratamos de solucionar es no tanto esa visión subjetiva, que es muy complicado, como que eso no se convierta en un problema.
  • Si pese a todo durante la temporada se genera una situación de conflicto en torno a un entrenador y el club ha de intervenir deberá hacerlo siempre apoyando al entrenador… incluso si no tuviera razón (salvo caso obvio y manifiesto de mal trato sistemático del entrenador a los niños). El motivo es muy sencillo: si tras generarse el conflicto el club acepta lo que digan los padres se les estará dando, de facto, un poder que, en mi opinión, no deberían tener pues no están cualificados para evaluar el trabajo del entrenador. De hecho, normalmente cuanta más cualificación real tiene un padre menos se mete en el trabajo del entrenador. Pienso en el caso de Pepu Hernández, protagonista de una anécdota al tener que saltar él a la pista por enfermedad del entrenador de sus hijas, quien salvo ese día por causa de fuerza mayor jamás habría hecho un comentario sobre el entrenador de sus hijas, siendo precisamente él, campeón del mundo, alguien en principio cualificado para poder meter baza ahí si lo considerara oportuno. 

¿Y qué hacemos los entrenadores? 

Pues algo de autocrítica habrá que hacer también (al respecto no descarto escribir una secuela titulada “la temporada que viene va a jugar su padre”). Algunos entrenadores a veces pueden/podemos ser algo excesivos en las formas de dirigirnos y tratar a los niños y se nos olvida precisamente que son niños, y no jugadores profesionales más bajitos. Tendremos que valorar hasta qué punto somos colaborativos a la hora de tender puentes o de dejar que los tiendan y hasta qué punto nuestro planteamiento es el correcto, pues en el ámbito del entrenamiento se pueden tener muchos enfoques diferentes, todos correctos si son los adecuados al contexto. Me explico. Creo que, más allá de lo estrictamente técnico, no se puede entrenar exactamente igual en función de la edad y de la capacidad deportiva de un grupo, e incluso de los objetivos propuestos, pudiendo ser correcto tanto el rol de, en un extremo, el “entrenador de guardería” (diversión pura y dura sin altas pretensiones deportivas en un grupo deportivo digamos “de bajo talento” o proyección deportiva) al otro extremo, del rol o perfil “entrenador sargento de hierro” (máxima exigencia en todos los aspectos, del físico al técnico, en un grupo con alto talento y potencial deportivo). Si no es adecuado el perfil o rol del entrenador al grupo en cuestión es posible que el conflicto esté servido ya en los primeros días. Doy por sentado que, en muchos casos, un mismo entrenador puede asumir diferentes de esos roles en función del grupo que entrene, claro. En este caso el que todo el mundo (padres, directiva y entrenador) tengan claro en qué contexto se está será determinante. Otra fuente de problemas puede ser el cambio de rol respecto de un mismo grupo, que por ejemplo teniendo un buen potencial deportivo haya estado entrenado varios años por un “entrenador de guardería” y en un momento dado se les asigne un “entrenador sargento de hierro” a cuyo perfil no están acostumbrados ni jugadores ni padres; o viceversa, u otras varias combinaciones.

Quizá el principal dilema es decidir si, partiendo de aceptar como real la situación de hiperinvolucración paterna, se debe tratar de impedirla, limitarla o aceptarla, pues en función de ese punto de vista habrá que actuar de un modo u otro.

No tengo claro que yo sea un buen gestor de ese problema, por eso creí interesante utilizar mi inquietud al respecto como entrenador y pensar que muy probablemente serán muchos los entrenadores con la misma inquietud. Por eso el asesoramiento de un experto como el psicólogo deportivo Francisco Ortín pueda ser un buen primer paso. Ortín impartirá una charla titulada “La gestión de padres y otros elementos del entorno del jugador de baloncesto” el próximo día 14 de julio en la Facultad de Ciencias del Deporte dentro del Curso Internacional de Alto Rendimiento en Baloncesto, que forma parte de los cursos de verano de la Universidad Internacional del Mar de la Universidad de Murcia. Espero que Ortín, experto en psicología deportiva, nos aporte ideas para la mejor gestión de este problema.

Dejamos para una próxima entrada una reflexión crítica hacia nosotros mismos, los entrenadores, y nuestra parte de culpa en que algunas de estas cosas no funcionen y en muchos casos la ratio de abandono sea más alta de lo debido.

No sé si el futuro lo que depara es el único camino de tener que adaptarse a esa hiperinvolucración paterna y que el perfil de entrenador tenga que reconducirse sí o sí al entrenador “psicólogo”, buen rollista, o de guardería. Tal vez el perfil “sargento de hierro” está condenado a la absoluta desaparición, o simplemente quedará relegado a la más alta élite donde el interés por lo que se tiene entre manos (una selección nacional o un megatítulo) haga aceptar que se le “apriete” a los niños lo que en otro ámbito no se aceptaría. En cualquier caso, me temo que sean muchos los entrenadores que en los últimos años sienten muy mermada su capacidad de maniobra a la hora de entrenar jóvenes deportistas y se puedan estar planteando que la temporada que viene va a entrenar su padre.

Ejemplos de frases y situaciones absolutamente reales:

- Los quintetos que hace, flojeamos cuando saca a...
- No jugáis a nada, os creéis el Madrid venga correr, pero así no váis a ningún lado
- Mi hijo no ha hecho nada malo
- Eso no es acoso, son sólo cosas de niños
- ¿Quién eres tú para humillar a mi hijo gritándole desde la otra punta de la pista que no defiende nada?
- A mí hija la sienta o le echa la bronca cuando falla y la otra falla mil y no pasa nada. Pues que juegue esa sola
- Mi hijo nunca miente
- ¿Cómo es posible que haya jugado tan poco mi hija si era la que mejor porcentaje anotador llevaba ese día?
- ¿Qué tiene que hacer mi hijo para jugar más?
- Para lo que juega para qué nos vamos a pegar el madrugón
- El hijo del directivo siempre juega más
- “No es para tanto lo que ha dicho mi hija (palabrota). Tú no la entiendes”
- Si no hay disponibles suficientes jugadores para cumplir acta que avisen y no nos pegamos el viaje para perder.
- El chaval ha decidido que prefiere entrenar esta semana con el infantil en lugar de con el alevín aprovechando que no hay partido, y yo le he dado permiso
- Si mi hijo juega esta mañana con el cadete y tiene que jugar esta tarde con el junior si no tiene equipación que sepas que no juega con la equipación mojada.
- Si se meten con fulanico es culpa tuya por protegerlo
- Si esta tarde hace mucho frío mi hijo no irá a hacer la primera parte del entrenamiento (físico) y ya irá directamente a la segunda
- Tienes que entrenar en media pista (un padre, ojo) porque los peques que están afuera no pueden entrenar con tanto frío y deben meterse en el pabellón (ojo, 13 grados y sin viento).
- No entiendo cómo mi hija que viene a entrenar siempre juega menos que las que suben del cadete.
- Ya te avisé de que llegaría tarde, ¿quién eres tú para castigar a mi hijo con empezar el entrenamiento haciendo líneas?
- No sé cómo el entrenador deja que tire los tiros libres ése, que no mete una
- Jugador que juega mucho normalmente, un día en último cuarto no juega porque los otros están jugando muy bien. “Si llego a saber que castigas a mi hijo no hubiera venido porque tenía otras cosas que hacer y que además le has fastidiado la alegría de la victoria”
- En mitad de un tiempo muerto asoma la cabeza y “A fulanico niégale la derecha que no sabe botar nada de nada con la izquierda”
- Si no se echa al entrenador me llevo a mi hija al club X
- Hay que echar al entrenador porque los críos no evolucionan, en el equipo de escolares se salen los tres de este equipo, pero luego aquí… nada.

O directamente de los jugadores/as:

- Entrenador, ciérrame la mochila
- Ante pequeño castigo grupal por cuestiones de higiene básica de instalación (dejar mierda, vamos): “Yo no pienso hacerlo porque yo no ensucié”. “Uno no, voy a hacer dos, vas listo”. “Dijiste que recogiéramos las botellas, no dijiste nada del resto”
- Yo no he hecho nada malo, a mi padre vas.
- Si tengo que esforzarme siempre al 100% no me vale la pena jugar a baloncesto

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Comentarios

tianito ha dicho que…
Todos podríamos añadir por propia experiencia algunas frases más a las que citas. Yo añado una que me dijeron entrenando UN PREMINI DE PRIMER AÑO!!!: " Yo no pago para que mi hijo pierda todos los partidos"
Juan Carlos García Gómez ha dicho que…
Ufff, Tianito, esa es heavy, estaría sin duda en un top 10.
Miguel Aso ha dicho que…
Quizás la mercantilizacion de todo también tiene mucho que ver. Padres que puedan pensar que compran un servicio para su hijo y como tal se ven en la obligación de exigir "lo mejor" para sus hijos. No sé, como si compraran una bicicleta o una entrada al cine.
Juan Carlos García Gómez ha dicho que…
Miguel, en principio esa idea puede valer, y estoy convencido de que en parte lo explica, pero ahora le doy una vuelta de tuerca. ¿Y qué motivo puede tener un padre para que se le pase por la cabeza que tal vez eso que compra no es lo mejor?. Es algo parecido a lo que pasa en los colegios. Hace años también se pagaba por ir al colegio (lo que fuera que se pagara) y no iban los padres a pedir explicaciones al profesor por haber suspendido/regañado/corregido a su hijo.
Unknown ha dicho que…
Yo me vi obligado a subir a alevines para jugar con mi infantil, y uno de los padres puso, por el grupo de WhatsApp de los padres, tras que yo le dijera que el que decidía quienes subían era yo, que "los padres pagamos, nosotros decidimos y no queremos que suban" (copiado textualmente)
Yo soy entrenador de 18 años, empecé a los 15. Evidentemente, me cansé de pelearme con los padres, porque fue una lucha constante porque sus hijos ni siquiera venían a entrenar. No había compromiso por parte de nadie.
Así fue, que en el último partido, tras darles sus fichas,les dije a todos que había sido (por que lo fue) el peor año de mi vida, y que si de verdad les gustaba el baloncesto, deberían empezar a madurar y responsabilizarse con el equipo.
No sé qué pensarán ustedes, pero en mi opinión, el baloncesto es un deporte que mucha gente no se merece disfrutar, no sólo en la pista, si no en las gradas sobre todo

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